14/8/16

La medalla de la soledad

Veo deportes todo el tiempo. Eso significa que me siento experto en deportes y que considero cualquier opinión ligeramente desinformada una afrenta personal. Cada equis número de años se presenta una justa deportiva con características idiosincrásicas distintas y que por ende definen el espíritu y lo que se espera de dicha justa. El Superbowl, la copa del mundo, la eurocopa, la copa América, los Grand Slam, el mundial de Rugby, las finales de la NBA, la Champions,  las olimpiadas y hasta la serie mundial tienen su propia identidad y sus propios méritos. Consumo una buena parte de mi vida viéndolos todos o al menos todo lo que se puede ver de cada uno en la comodidad de un sofá café. El deporte demanda mucho tiempo de sus espectadores y sus espectadores demandan mucho de su deporte.

Por desgracia vivo en un país donde el deporte es una farsa. No quiero decir que los deportistas mexicanos sean unos farsantes, al contrario, en muchos casos son jóvenes comprometidos con sus disciplinas que hacen lo mejor que pueden dadas las circunstancias que tienen. En este caso particular me gustaría decir que circunstancias no sólo se circunscriben a instalaciones, inversión o temas financieros y de entrenamiento, el principal problema de las circunstancias del deportista mexicano son las exigencias y las expectativas. Así como todo futbolista sabe que sus piernas cargan las esperanzas de un país, todo atleta olímpico sabe que “mejoré mi marca personal” es la salvaguarda de todas las circunstancias. En lo particular este tema de las exigencias y expectativas es la razón por la que el nivel de inversión, atención, instalaciones y cobertura mediática recae como una piedra de 8 toneladas sobre el futbol. El futbol es el epicentro de la visión social de México. El resto de los deportes no superan la importancia coyuntural de algún evento magno donde, si el deportista tiene lo que se necesita y logra un buen resultado, habrá chispazos de atención hacia esa disciplina. Una buena parte del tiempo a los mexicanos les importa una mierda si las instalaciones de los clavadistas son las adecuadas o si nuestros levantadores de pesas cuentan con el equipo necesario.

Supongamos por un momento que lo que acabo de decir suena injusto. Digamos por el bien de este párrafo que el deporte como un entorno debería repartir de mejor manera el dinero público y por ende las expectativas y exigencias. Honestamente, y si nos bajamos del tren del mame un segundo, esperar equidad en el deporte es ser imbécil. El principio básico del deporte es romper la equidad, la meta de todo deportista o conjunto que compite es levantarse por encima de los demás competidores y recibir el máximo reconocimiento a la diferencia: el primer lugar. Cada justa olímpica se habla de Joaquín Capilla, hay unas instalaciones deportivas que llevan su nombre y seguramente en alguna ciudad habrá una avenida con su nombre. Pero Joaquín Capilla no es relevante. Es más, algún lector seguramente en este instante está googleando el nombre de Joaquín Capilla para no sentirse fuera de la conversación, háganlo, la historia de Joaquín Capilla es increíble, pero por más increíble que nos parezca sigue siendo absolutamente inútil al tema del deporte mexicano. Joaquín fue un tipo que sobresalió por sus propios medios y méritos en un país donde sobresalir no es la expectativa o la exigencia.

La ausencia de eventos y ligas profesionales en México proviene de la poca importancia que los espectadores le dan a dichos deportes. Si bien el basketball es un deporte muy practicado en México, la realidad es que una buena parte de estos aficionados no pagarían un boleto por ver un partido de jugadores nacionales cuando tienen la NBA al alcance de su tele. Las competencias de clavados internacionales en México son ignoradas por la masa crítica de fanáticos, el futbol americano colegial ha perdido rápidamente su brillo en las gradas y hasta la liga mexicana de baseball tiene problemas para llenar estadios en la Ciudad de México donde hay 20 millones de habitantes. Pero el futbol tiene los ratings más altos y la mayor asistencia a los estadios en relación costo/beneficio por boleto. Eso provoca que cuando una clavadista tira 7.5 en las olimpiadas no sea ni la mitad de relevante que cuando la selección pierde con Corea del Sur en el partido clave de la eliminación olímpica. Sin embargo si uno pone atención a las redes sociales, recomiendo ampliamente no hacer eso, suena como si la clavadista y el futbolista debieran tener el mismo soporte financiero y estructural por parte de las confederaciones  e instituciones deportivas del país. De hecho, la clavadista recibe mucho más dinero por parte del estado que el futbolista, el futbol es un programa autosustentable y los clavados no. La realidad es que nadie puede determinar la atención, emoción e involucramiento de los aficionados en un deporte.  Así como resulta imposible definir que la estructura y apoyo financiero de un estado produce deportista de élite.

Claro que ayuda, es decir un adolescente que compite en una disciplina por la que nadie pagaría un boleto tendrá mejores posibilidades si recibe apoyos y becas por parte del estado que uno que no. Pero asumir que dichos apoyos garantizarían que el adolescente forme parte de la élite del deporte es no saber nada de deporte. Asumir que Usain Bolt se convirtió en el hombre más rápido  del planeta por la increíble inversión y estructura de la hermana república de Jamaica es absurdo, pensar que los etíopes y asiáticos rebasaron a México en la caminata como deporte por las estructuras y apoyos financieros es ridículo. En Rio 2016 países como Bielorrusia, Kazajistán, Puerto Rico, Irán, Kenia, Vietnam, Uzbekistán, Fiyi, Kosovo, Malasia, Kirguistán consiguieron antes que México una medalla olímpica. Ninguno de estos países invierte más que México en apoyo y estructura para la competición. Los deportistas de estos países consiguieron medallas porque tuvieron algo que los deportistas nacionales no, una exigencia y expectativa mucho mayor. En pocas palabras lo desearon más, se preparan mejor, se sacrificaron más. Julius Yego, keniata campeón mundial de lanzamiento de jabalina, aprendió a lanzar la jabalina viendo videos de Youtube. No estoy diciendo que de ver videos de Youtube llegó a ser campeón mundial pero es claro que hoy en día hay al menos 3 jóvenes mexicanos que reciben algún tipo de ayuda del estado en esta disciplina y que nunca calificarán a unos Juegos Centroamericanos, donde la competencia se limita mucho. ¿Por qué? Porque no tienen lo que se necesita. Una buena parte del dinero que el estado invierte en disciplinas olímpicas tendría que dedicarse a destruir sueños, a orillar a estos jóvenes a encontrar su verdadera vocación, a desearlo lo suficiente. La realidad es que muchos programas deportivos estatales son clubes de participación democrática donde el simple interés por formar parte es suficiente para entrar.

Esta no es una diatriba a favor del estado y en contra del deportista mexicano. Es obvio que sería maravilloso contar con una estructura burocrática funcional donde el dinero que se invierte en realidad mejore las posibilidades de los deportistas en mi país. Pero la realidad es otra, la realidad es que estas federaciones e institutos son hogar de corruptos e imbéciles que no sienten ningún apego por el deporte o por su viabilidad. Esa es la realidad de este país pero quiero creer que también es la realidad de algunos de los países con medallistas olímpicos. No somos los únicos que viven esta situación. Lo que me preocupa es que esa apatía política ha impregnado a los competidores que lejos de envalentonarse por la falta de apoyos y usar la rabia que produce la impotencia como motor para competir se suben al avión con la justificación para la derrota en el equipaje. Deportistas que compiten por debajo de su nivel en el momento más importante y que en la zona mixta de medios tienen preparada la lista de inconvenientes que tuvieron que sortear para llegar y competir. El deporte olímpico es el hogar de las historias más increíbles de superación y lucha, probablemente sea el último hogar de la épica mundial donde las hazañas quedan en la memoria de todos los espectadores. Los juegos olímpicos son eso, la puerta al olimpo, a la inmortalidad de sólo aquellos que lo desearon lo suficiente. Hoy México no tiene lo necesario, aunque en cuestión de federaciones y estructura nunca lo ha tenido, para competir y vencer, no tiene lo suficiente para subir al podio y mirar con esa ligera superioridad a sus rivales y volverse eternos. Porque al final esa es la diferencia entre unos deportistas y otros, ese oro colgado en el cuello que significa que no hay paridad que no hay equidad, que eres el mejor.

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