7/1/10

Derechos, responsabilidades y otras fantasías

Hace un mes, en un programa de Televisa, el siempre obtuso Esteban Arce emitió su opinión sobre la validez de la homosexualidad en términos de género y diversidad sexual. Como cabía esperar, Esteban dijo algo impropio, estúpido y absolutamente fuera de lugar, al mismo tiempo que se llevaba entre las patas a la invitada a la emisión del programa. Las reacciones no se hicieron esperar, Twitter se levantó como el monstruo en que se ha convertido y de la mano de Facebook se convirtieron en la punta de lanza de un ataque a la estupidez del comentarista de televisión. Hasta ahí, todo tiene, más o menos, sentido.

Extrañamente, este acto insignificante de repetida estupidez se convirtió en la piedra angular de un debate que nadie quiere sostener. En este país nadie quiere discutir la libertad de expresión por una sencilla razón, todos quieren expresarse siempre y cuándo el que no opina igual se quede callado. Pocas reflexiones tan inteligentes como la de Geraldine González de la Vega donde se busca plantear el problema principal por debajo de lo escabroso o estridente que suene el objeto de análisis y muchas reflexiones cuasi fascistas donde el control sobre los medios de comunicación debe ejercerlo el estado (me pregunto que pensarán en Venezuela de este tipo de controles).

Me entristeció leer a Guillermo Vega Zaragoza exigir el control del estado sobre la televisión y anunciar que los insultos, amenazas y agresiones vertidas en Twitter y Facebook tiene caracter de balas de salva, cito: "los políticos y los señores de los medios electrónicos tiemblan porque esto está creando un canal de opinión que no pueden manipular." Guillermo, como creador, debe reconocer, antes que nadie, que en una nación donde se necesita que la libertad de expresión sea una piedra angular de todo discurso, el hate speech (discurso de odio) encontrará también su derecho a existir. Si realmente estuviéramos al pendiente de todo lo que se dice en las televisoras, este asunto hubiera explotado hace un mes y no ahorita, en nuestro carácter de hipócritas de Youtube o de Twitteros iracundos.

Álvaro Cueva, defensor siempre de la tolerancia sexual en nuestro país y analista de televisión, hace un pequeño viaje sobre el tema, tocando puntos sensibles y analizando los elementos que están en juego y, peor aún, hace evidente que este tema es un juego de internet que revienta y manipula a la comunidad internauta con la mano en la cintura. E de esperarse que Álvaro fuera atacado, pero nunca pensé leer que se usaran frases como: "¿entonces porque Auschwitz pasó hace 60 años o más ya no importa?". Comparar Auscwitz con Esteban Arce es preocupante, y me parece un insulto a cualquier persona pensante de este y otros muchos países. Con lo que dijo Esteban Arce sucedió lo que tenía que suceder, se perdió en la inmensidad de la estupidez de la televisión y de quienes le dan importancia a lo que ahí se dice.

Al mismo tiempo, esta ciudad legalizó el matrimonio entre personas del mismo sexo y dejo intactos los derechos de todo matrimonio a la adopción. Ahí está el debate, ahí está la discusión, hablar de lo que Esteban dijo hace un mes en la televisión es levantar un puño contra la nada, es pelear contra fantasmas inexistentes pero que arden en lo profundo de nuestro resentimiento social y adquieren la figura de molinos del Quijote. Darle a la televisión un valor superior al de caja idiota es convertirla en el eje de nuestra sociedad. Deberíamos estar orgullosos, de que tan poco gente ve a Esteban Arce que ni siquiera se dieron cuenta de la estupidez monumental que dijo, deberíamos presumirlo y no organizarnos en Twitter y Facebook (medios 2.0 y por lo tanto sin valor social o ético) para pedir la cabeza de un títere que hoy por hoy, logró lo que quería, que su programita subiera dos rayitas de rating.

¡Felicidades twitteros, feisbuqueros y bloggeros, hemos hecho a Esteban Arce una celebridad!

1 comentario:

aus dijo...

:O ¿todo esto fue hace un mes? demonios, ¿para qué darle publicidad y fama al señor?

y no, por favor, que gobernación no censure más, a menos que quieran todos rezar sus oraciones antes de su programa favorito.