Para René, que odia mi poesía por encima de todas las cosas.
Lo que debería preocuparnos no es la falta de poesía, al contrario, debería preocuparnos la sobredosis poética que nos inunda. Hoy en día cualquiera escribe poesía (un servidor incluído) pero pocos leen poesía. Al menos lo que la poesía era, lo que la poesía significaba por si misma. Resulta que los poetas post modernos (puto prefijo) leen a Bukowski, leen a Papasquiaro, leyeron a Sabines y detestan a Octavio Paz. La influencia que Roberto Bolaño ha tenido en la poesía nacional se ha convertido en un acto de brutalidad, donde la mano del narrador ha triunfado por encima de todas las cosas, la mano del poeta fracaso irremediablemente.
Roberto Bolaño era un poeta chistoso, un poeta visceral, pero ninguno de estos dos atributos garantizan la existencia de un arte poética detrás de los pensamientos anárquicos y casi dadaísticos que tuvo el difunto mexico/chileno/catalán. Sin embargo todos aquellos poetas escondidos, algunos inclusive debajo de las piedras, han surgido de sus catacumbas para inundarnos con esta noción extraña que trae consigo la post poética. La reinvindicación del poeta, dicen; la reivindicación del triunfo del poeta por encima del mundo editorial, como si el poeta y el mundo editorial tuvieran algo que ver.
Pero reconozcamos, por un instante, el derecho que tiene el poeta a ser poético, a ser un hálito de luz que ejerce una ilusión óptica sobre los espectadores incautos, casi ingenuos. Digamos que el poeta internético, el poeta blogger, el poeta taller, el poeta del hambre, aún tiene cabida en la exposición natural de la literatura moderna; digamos abiertamente que merecen un escalón en la interminable escalera que va directo al cielo. Digamos que Bukowski y Bolaño eran grandes poetas.
Las grandes ciudades permiten la multiplicidad del pésimo arte. Es aquí donde esta poesía se reproduce como conejos en granja y quizá, como a conejos en granja, deberíamos considerar capar a todo aquel que presuponga que de su mano saldrá, por la naturaleza misma del talento, la próxima poética mexicana, el próximo (y aquí es donde todo pierde sentido) Octavio Paz. Porque si, Octavio Paz es la poética mexicana, es el Borges de nuestra poesía, el artista más introspectivo, el que leía y escribía hasta convertirse su propia escritura y perderse en un laberinto que se dice laberinto por las posibles salidas, nunca por los recovecos.
Para escribir poesía y no post poesía, hay que pasar por Dante, perderse en Mallarmé, detestar a Dadá, concluir en Juarroz, mutarse en los Villaurrutia y los Novo. ¡Hay que leer, carajo! y dejar de perder el tiempo construyendo frases que nadie será capaz de entender, mucho menos sentir.