Entender, por principio, la naturaleza misma de la neutralidad debería conllevar un esfuerzo supremo del hombre por comprender que no es el único hombre. Iniciando desde ahí y partiendo hacía las orillas, podemos recorrer la neutralidad como el acto único de que todo te importe un bledo, amparándote en estar viviendo con todas las de la ley. Suiza es un país naturalmente neutral, obviamente cuando estás metido en el corazón de la Europa más conflictiva, es de vital importancia basar tu filosofía y visión en un: ¡por mi, háganse bolas!
La posmodernidad, si es que tal cosa existe más allá de la mente lúdica de algunos filósofos, se caracteriza por la búsqueda constante de la neutralidad, la homogeneidad de criterios, la paridad de filosofías, ya sean económicas, sociales, políticas o culturales. La norma está ahí y por encima de la norma no queda más que la imaginación rebelde de unos cuantos iconoclastas que construyen, con sus ideas, un mundo paralelo: alternativo. Es aquí donde la dialéctica comienza a meternos la mano por debajo de la falda, los términos se construyen a partir de opuestos bien conocidos por todos y ya utilizados hasta el cansancio. Pero el truco no reside exclusivamente ahí, también debemos tener en cuenta la forma obscena con la que la neutralidad nos absorbe desde nuestras posturas más radicales y nos devuelve a la realidad, por medio de una cesárea casi imperceptible, convertidos en ciudadanos modelos, pensadores perfectos, amos y señores de la neutralidad y la tolerancia. Pero aquí es donde cabe la pregunta, importante y trascendente desde un paralelismo ideológico: ¿qué estamos perdiendo al buscar afanosamente el justo medio?
Para muchos esta neutralidad será la llave que nos abrirá las puertas de una nueva época renacentista para la humanidad, donde por fin la pobreza y el hambre sean el enemigo común y la política comience a servir al bien común y no a forjar clases privilegiadas. Para mi esto no parece ser tan viable. Encontrar el justo medio en las ideas y las emociones conlleva al ser humano a una especie de esterilidad intelectual, todo provocado por la dialéctica antes mencionada y la continua extinción de los iconoclastas como figuras de admiración y reconocimiento público.
Las referencias han sustituido a las ideas originales, hoy en día todo lo que resulta importante para un ser humano tiene que venir adornado con una referencia automática que le permita traducir y asimilar el contenido aún antes de analizarlo. Si esta columna tuviera una referencia automática a alguien como Sartre, Nietzsche, Höldering, Spinoza o Shopenhahuer, haría mucho más fácil al lector encontrar el sentido de las ideas aquí expuestas, aún sin la necesidad de leer la columna. La referencia es el principio de la neutralidad, de la tolerancia; es convertir en marca, una idea principal para hacerla más digerible y tolerante para todo tipo de persona. Quizá esto es lo más importante que podemos perder en nuestra absurda búsqueda de la neutralidad, la identidad que nos permite convocar e identificarnos con tendencias, movimientos, puntos de partida; para empezar a adentrarnos en etiquetas, sentencias y maquinaciones plásticas de carácter general y que por fin, un día, nos convierta en ciudadanos modelos, absolutamente tolerantes a todo, excepto a la intolerancia.
Desde esta perspectiva pareciera que la neutralidad es una especie de estupidez, donde todo ciudadano modelo se convierta en una enorme babosa con babero que espera continuamente a ser informado de su próximo pensamiento, gusto o satisfacción; eso convertiría todo este escrito en una oda al posmodernismo, a la ciencia ficción, a la falacia del mañana, pero no. Este dicho solo trata de comprender hasta que punto toda búsqueda de la humanidad se va comprometiendo, actualmente, con el acomodo mundial que las grandes potencias persiguen, tercamente, a pesar de las necesidades de sus propios ciudadanos. Vamos pues, a esperar, que llegue a tiempo nuestro propio iconoclasta.