Es difícil, sin duda, imaginarse el mundo sin la literatura. No importa que no hayas leído un solo libro en toda tu vida, aún así has sido infectado por la literatura. Sería difícil comenzar el mundo sin la idea misma que nos presentan los denominados libros sagrados. Imaginen, solo por un momento, la Biblia o el Corán como libros de fábulas. Imaginen en su construcción literaria un mérito que debe estudiarse alejándose de las intenciones religiosas o los resultados de las mismas. .El Génesis es, por si mismo, una extraordinaria muestra de la literatura, equiparable con las Mil y una Noches y otros libros cuya importancia se puede observar en casi cualquier expresión humana. La mitad de las películas están basadas en algún texto de origen literario, los griegos definieron casi toda posibilidad de expresar sentimientos. Muchos años antes de la aparición de los escritores con marketing, los griegos ya habían puesto nombre a la mayoría de las cosas que hoy se utilizan en el mundo contemporáneo.
Telenovelas, series de televisión, algunos programas de concursos, películas, música, teatro, publicidad; todas han sido tocadas e influenciadas por la literatura en mayor o menor medida. El mundo es una extracción literaria, la ficción y la realidad han comenzado a diluirse una en otra para los ojos del espectador; inimaginable este mundo sin la letra, sin la sensación de poder transportarse entre palabras a otro paraje distinto. Pero aún así rechazamos la literatura como una idea general, fuera de algunas lecturas obligatorias u otras sociales, nos alejamos de este posible viaje para enfrascarnos en imágenes construidas por alguien más. ¿Es realmente leer tan necesario? La única respuesta que se me ocurre es NO, y por esa razón hay que hacerlo. La lectura, tanto de obras maestras como de obras incidentales, se ha omitido durante los últimos cincuenta años. La televisión (sí, esa terrible culpable de todo (sic)) ha ocupado la labor de la emisión de imágenes y el sustento imaginativo, pero tiene un pequeño defecto, no hay tal sustento imaginativo, la televisión es un acto estéril, tan estéril que nos resultaría imposible imaginarnos al día de hoy, a un Gandalf que no fuera Ian Mckellen, o a un Sam Spade que no sea Humphrey Bogart o bien, a cualquier actor que retoma un personaje literario y lo convierte en esa imagen estéril. La literatura es una puerta distinta, pero no una puerta para sólo algunos elegidos.
A diferencia de lo que maestros, profesores, catedráticos, escritores, críticos, lambiscones y uno que otra sanguijuela literaria han querido proponer, la literatura es una puerta abierta para cualquiera que sienta la necesidad de transportarse a ese otro lugar posible, porque no es una determinación, no. La literatura no es definitoria, ni siquiera los más grandes escritores y sus múltiples descripciones pueden lograr que un personaje, una escena, una idea resulte estéril para el lector. Aún frente a la mejor explicación, siempre se requerirá la complicidad del lector para completar la idea. Ahí reside la importancia de la lectura y la literatura, el hombre necesita imaginar, necesita completar y construir y creer en la posibilidad infinita que presenta una simple idea. Quizá por esta razón, todos hemos intentado escribir en algún punto de nuestras vidas, hemos creído que había algo importante que decir o contar que ameritaba acariciar el sueño del saco de pana y los cigarrillos en París. Pero muy pronto abandonamos la idea “bohemia”, nos tomamos en serio la vida y pensamos en cuentas bancarias y tasas de interés.
Creo que es esencial retomar estas ideas que no ceden ante la esterilidad, increparnos en la posibilidad de crear o ser creados, construir, derruir y poner, ante todo, la infinita posibilidad de lo posible, antes que la terrible noción de la certeza.
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