La ciudad está fría, y no lo digo en un sentido metafórico, aunque todo es un sentido metafórico, si no que lo digo por el hielo que transluce mi ventana. A lo lejos un Subcomandante alebresta una selva que ya tenía mucho tiempo callada, aún cuando se ve lejos de una revolución, esta noticia enciende algunas lentas pasiones que se habían perdido en mi sensación de urbanidad. La lucha por los nichos se mantiene descarnada, en mi televisor brillan rostros que demuestran delirios de grandeza o imbecilidad cotidiana, me asusta la simple idea de verlos ostentando una banda tricolor que parece ya no significar nada. Dentro de mi comienzo a convivir con el hueco que deja la ausencia, se agrega un nombre más a la lista de los perdidos en batalla y se descuenta un aliado más en esta guerra que lentamente se diluye entre los días; podría decir que hubiera hecho las cosas distintas si hubiera habido cosa, hecho y distinto, pero al final no queda más que ver al mundo hacerse pequeño mientras se aleja. Duele, porque no puede hacer otra cosa que no sea doler, y obviamente yo me dejo en este limbo insostenible que pronto tiene que concluir. Me gustaría reservar las esperanzas que deja el futuro, pero no hay futuro para quien no cree en el tiempo y entonces todo esto se hace más difícil. Nadie me pregunto por el luto, por esto les concedo la gratitud infinita.
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